viernes, 11 de abril de 2008

LOS DIBUJOS DE UN PREMIO NOBEL






Desde su más tierna infancia, Santiago Ramón y Cajal tuvo un natural impulso hacia la pintura y el dibujo. Coloreaba y garabateba toda superficie que se le pusiera delante. Su progenitor, Justo Ramón no aceptaba la afición de su hijo, y no sólo eso sino que hacía todo lo posible por alejarle del arte. Le escondía los lápices, le castigaba... en la mentalidad de Don Justo todo aquello que no fuese práctico y útil no era apropiado. Pero el joven Santiago siempre se las ingeniaba para practicar su afición. En sus memorias: Recuerdos de mi vida: mi infancia y mi juventud, habla así:

"Tendría yo como ocho o nueve años, cuando era ya mi manía irresistible de manchar papeles, embadurnar las tapias, puertas y fachadas recién revocadas del pueblo con toda clase de garabatos, escenas guerreras y lances de toreo... más como no podría dibujar en casa, porque mis padres consideraban la pintura cual distracción nefanda... salíame al campo... y copiaba carretas, caballos, aldeanos y cuantos accidentes del paisaje me parecían interesantes.. que guardaba como oro en paño... y traduciendo mis ensueños al papel, teniendo por varita mágica un lápiz, forjé un mundo a mi antojo, poblado de todas aquellas cosas que alimentaban mis ensueños.... todo desfilaba por mi lápiz inquieto, que se detenía poco en las escenas de costumbres... eran mi especialidad los terribles episodios bélicos y así, en un santiamén, cubría una pared de barcos echados a pique, de náufragos salvados en una tabla, de héroes antiguos cubiertos de brillantes arneses y defendidos por empenachado yelmo, de catapultas, muros, fosos, caballos y jinetes."


En la misma época su padre decide someter a examen uno de sus dibujos: "... Aburrido ya, sin duda, de quitarme lápices y dibujos y viendo la ardiente vocación demostrada hacia la pintura, decidió mi progenitor averiguar si aquellos monos tenían algún mérito y prometían para su autor las glorias de un Velázquez... Recurrió el autor de mis días a cierto revocador y decorador forastero, llegado por aquellos tiempos a Ayerbe... Llegados a la presencia del Aristarco, desplegué tímidamente mi estampa, harto incorrecta; miróla y remiróla el pintor de brocha gorda, y, después de mover significativamente la cabeza y de adoptar una actitud magistral y solemne, exclamó: ¡Vaya un mamarracho! ¡Ni esto es apóstol, ni la figura tiene proporciones, ni los paños son propios... ni el chico será jamás un artista...!En efecto, la opinión del manchaparedes cayó en mi familia como el dictamen de una Academia de Bellas Artes".


Aun así Santiago siguió pintando:"Verdad vulgar es que el hombre copia lo que ama. Y el mundo de la vida, como el del espíritu, amar es reproducir. Carece de fervor quien, por un acto de inhibición, no descarta de su mente las imágenes vulgares y antiestéticas para hacer destacar vigorosamente la representación favorita, que viene a ser algo nuestro, puesto que la hemos embellecido con lo mejor de nuestra sensibilidad y nuestra fantasía constructiva. Fiel a la citada ley psicológica, pinté yo cuanto embelesaba mis ojos... mis dibujos, empero, distaban mucho de satisfacerme desde el punto de vista técnico... Agobiábame, sobre todo, la riqueza inagotable de los matices de tierras, follajes, flores y encarnaciones humanas".


Cuando Cajal estudió en Huesca, recibió clases de D. León Abadías..."Quedó satisfecho de mis trabajos, considerándome, según declaró más de una vez, como discípulo más brillante de cuantos habían pasado por su academia... mi excelente maestro hizo más: se tomó la molestia de visitar a mi padre en Ayerbe, a quien instó encarecidamente para que, sin vacilar un momento, me consagrara al hermoso arte de Apeles, en el cual me esperaban en su sentir triunfos resonantes. Arrastrado por su fervor, extremó los elogios al catecúmeno: pero todo fue en vano. Imposible fue persuadir al autor de mis días de que en las inclinaciones artísticas de su retoño había más que pasajero diletantismo..."


Y estos fueron los mayores logros de su fugaz pero sentida carrera artística. Pocos años después en 1870, dibujó el Álbum anatómico. Y este álbum, unido a los cientos de dibujos científicos que elaboró son su verdadero legado al mundo del arte.


Con sus dibujos científicos acercó una estética que, aunque de base científica, no cesó de repetirse en el siglo XX. Se trata de la abstracción y de la relevancia de lo mínimo en el mundo. Sin saberlo, posiblemente su aporte al arte tuvo más transcendencia de la que jamás soñó.




Marian

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